Comentario
Los esclavos -unos cien mil a finales del XVI- dependían de sus amos, que los empleaban como fuerza de trabajo en el servicio de las casas, pero también en labores agrarias o, incluso, artesanales por cuenta propia o de terceros.
Parece, en efecto, que la esclavitud no se ciñó sólo a lo suntuario, sino que los propietarios sacaron provecho económico del trabajo de sus esclavos. Por ejemplo, en 1565, Elvira Carrillo y Juana de Cárdenas poseían cuatro esclavos moros que empleaban como galeotes en la capitana de Alvaro de Bazán.
Su condición de propiedad quedaba claramente expresada en dichos del tipo de esclavo que huye, se roba a sí mismo. Como hacían con otras propiedades, sus dueños los tasaban y los marcaban -esclavos herrados-. Se distinguía entre esclavos blancos y negros; éstos eran los negros africanos, mientras que los blancos solían ser cautivos de Berbería o moriscos. Valencia y Sevilla fueron los dos grandes mercados esclavistas, mientras rivalizaba con ellas Lisboa, donde el volumen de esclavos negros era altísimo, quedando la corte portuguesa conceptuada por Bartolomé de Villalba y Estañá como la "madre de negros".
Muchos de los moriscos del Reino de Granada fueron concedidos a particulares como recompensa durante la revuelta de las Alpujarras. Así, en 1569, en Cartagena se repartieron 333 esclavas, de todas edades, por gracia de Don Juan de Austria, para recompensar los servicios de los vecinos de la ciudad.
En relación con la esclavitud como presa militar, resulta esclarecedor el testimonio de Dantiscus en una carta de 1526 en la que, refiriéndose a la revuelta de los mudéjares valencianos que se negaban a aceptar su bautismo forzoso en la Sierra de Espadán, expone que Carlos I para no pagar por reclutar tropas, los entregó a todos como botín, con lo que sucedió que cerca de siete mil españoles sitiaron el monte durante un largo tiempo y lucharon contra ellos en escaramuzas prácticamente a diario. Quizá estemos ante un nuevo medio de sanear la empeñadísima hacienda del Emperador.